Guatemala, 12 de Noviembre del 2007
Había una vez, en un país muy lejano…
Teníamos la idea, evidentemente equivocada, de que las historias aquellas en las que reyes y príncipes eran amos y señores y hacían del mundo lo que les venía en gana, eran hoy cosa reservada a los cuentos infantiles o a un pasado ya superado por la evolución de la historia. Creíamos, por momentos, que estábamos en los albores del Siglo XXI, pero resulta que, de golpe y porrazo, nos encontramos con actitudes dignas más bien del Siglo XV.
Resulta que los medios de prensa nos hacen saber que el Rey de España todavía se cree amo de las colonias del Nuevo Mundo, y autorizado para pretender callar las voces cuyas verdades le resultan incómodas. En Chile, durante el desarrollo de la Cumbre de Primeros Mandatarios, esta figura obsoleta tuvo el atrevimiento de mandar a callar al Presidente Hugo Chávez, con lo que pone en evidencia su desubicación respecto al papel que le corresponde desempeñar en el mundo. Por lo menos en Latinoamérica, el Rey de España no manda, a nadie ni a nada. Aquí, por vergüenza, debería ser él quien guarde silencio, en lugar de salir con desplantes propios de las Cortes de Siglos pasados.
No debe olvidarse Don Juan Carlos de Borbón que a sus antepasados fue precisamente otro ilustre venezolano, Simón Bolivar, quien los sacó de nuestras tierras, con la punta de su bota libertaria hundida profundamente en sus adiposos traseros. Con ello, el Libertador y sus tropas pusieron fin al latrocinio, al despojo, a la dominación, y abrieron el espacio al ejercicio de la soberanía y de la autodeterminación para los pueblos del Continente. En síntesis, expulsó de suelo latinoamericano a una gavilla de facinerosos quienes, durante mucho tiempo, habían hecho de las Américas su feudo particular, construido a partir del exterminio de nuestros pueblos originales, del saqueo indiscriminado de todas nuestras riquezas y contando con la complicidad de serviles oligarquías criollas a las que incluso compraban barato.
La Monarquía española, así como el Imperio que esta representaba, fueron expulsados, derrotados en el campo de batalla, no sólo por las armas sino, además, por la dignidad de los pueblos latinoamericanos.
No puede ningún monarca español de hoy en día pretender mancillar esa dignidad conquistada a fuego y sangre por nuestros bisabuelos. Si el señor Rey de España quiere mandar a callar a alguien, que mande a callar a sus súbditos, si es que aquellos se lo aceptan.
No creemos que el pueblo español tenga culpa alguna con respecto a estos dislates de su monarca. Al fin y al cabo, el pueblo español no lo eligió rey en las urnas. Les fue impuesta una vetusta monarquía, resucitada de una oscura tumba en la que había permanecido por décadas y desde la cual, quizás, no debió jamás haber salido.
En cualquier caso, su reinado tiene límites geográficos y éticos. Ningún país latinoamericano queda dentro de sus fronteras. Ningún ciudadano latinoamericano tiene por qué soportar sus desplantes.
Le debe una disculpa a Las Américas, o mejor dicho, a los Pueblos de Abya Yala. La estamos esperando.
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