Guatemala, 18 de Julio del 2008
¡Sandino Vive: La Lucha Sigue!
Un 19 de Julio, hace ya 29 años, el hermano pueblo de Nicaragua protagonizó uno de los momentos más importantes de su historia patria. Una incontenible insurrección popular, con la bandera rojinegra del FSLN a la vanguardia, puso fin a 50 años de cruel dictadura somocista. El pueblo nicaragüense, harto ya de que a diario, desde el Estado y desde las derechas, se violentaran hasta sus más elementales derechos, se alzó contra la opresión y supo vencerla.
Sin embargo, aquel triunfo revolucionario no significó sólo el derrocamiento del tirano Anastacio Somoza. Fue mucho más allá que sólo eso. Implicó, sobre todo, la caída de un modelo de Estado capitalista y neoliberal, que había sembrado dolor e injusticias a lo largo de cinco tormentosas décadas. Significó la pérdida del poder para una burguesía que nunca entendió que, si no cedían en el disfrute de sus privilegios, el pueblo mismo se los arrebataría, tal y como ocurrió. E implicó, entonces, el ascenso al poder para el propio pueblo y sus legítimas organizaciones. Se volvió realidad la estrofa del himno sandinista, en la cual, con hidalguía, se afirma que:
“…nuestro pueblo es el dueño de su historia, arquitecto de su liberación…”
La dictadura somocista, apoyada política, militar y financieramente por los gobiernos de Estados Unidos, así como por una oligarquía local que se enriquecía a la sombra de la dictadura, no pudo soportar el embate de un pueblo que tomó conciencia, optó por organizarse y luchó por sus derechos e intereses hasta resultar victorioso. Fue una lucha de liberación dura, en la cual las armas empuñadas por el pueblo se enfrentaron con todo éxito a un ejército opresor y criminal, bien armado y entrenado, hasta derrotarlo.
La victoria popular, entonces, permitió el inicio de un período de 10 años dedicado a la construcción de una sociedad diferente, basada en principios de equidad, de acceso de todos y todas al disfrute de los bienes y servicios sociales, de ejercicio de libertades y derechos, de real participación ciudadana. Una nueva sociedad en la que los ricos ya no podían hacer lo que les daba la gana, sino que eran el pueblo y sus organizaciones quienes llevaban la voz cantante. Por eso, es correcto llamar a ese período “la época revolucionaria”. Fue un período de profundas y positivas transformaciones en lo social, en lo político, en el campo económico y en el cultural.
El pensamiento que inspiró esta Revolución fue el de Augusto C. Sandino. Un ideario político que se fundamenta en el desafío a los poderosos y el compromiso con los pequeños y los débiles. Que se basa en el rechazo rotundo a una clase política corrupta y no representativa. Al respecto, desde las montañas de Las Segovias, Sandino dijo:
“…cuando un gobierno no corresponde a las aspiraciones de sus connacionales, éstos, que le dieron el poder, tienen el derecho de hacerse representar por hombres viriles y con ideas de efectiva democracia, y no por mandones inútiles, faltos de valor moral y de patriotismo, que avergüencen el orgullo de una raza”.
De igual manera, el compromiso ético fue uno de los pilares sobre los cuales se fundamentaron el pensamiento y la práctica sandinista. Ética entendida desde una perspectiva revolucionaria y auténtica, antípoda de la doble moral que pregona el modelo capitalista:
“Emprendimos la lucha sobre la base de sacrificios; nos han atacado diciéndonos saqueadores y bandoleros. Cualquiera se imagina que tenemos riquezas. Quisiéramos que llegaran hasta nosotros nuestros mismos adversarios para que en las puertas de nuestros sentimientos patrióticos contemplen la realidad de las cosas… Ésta lucha está completamente desligada de todo interés económico, y por el dinero se siente el más profundo desprecio en los campamentos de nuestro ejercito.”
Y debe agregarse, como un tercer bastión del pensamiento de Sandino, la profunda convicción anti-imperialista que lo guió, y que lo llevó, tras duros años de lucha, a vencer a las tropas extranjeras que habían invadido su suelo patrio:
“Viendo que los Estados Unidos de Norte América, con el único derecho que da la fuerza bruta, pretenden privarnos de nuestra Patria y nuestra Libertad, he aceptado su reto injustificado, que tiende a dar en tierra con nuestra soberanía, echando sobre mis actos la responsabilidad ante la Historia. Permanecer inactivo o indiferente, como la mayoría de nuestros conciudadanos, sería sumarme a la grosera muchedumbre de mercaderes patricidas. Así, mis actos me justificarán, ya que mi ideal campea en un amplio horizonte de internacionalismo.”
Sobre la base de las ideas sandinistas, el pueblo de Nicaragua, a partir del 19 de Julio del 79, inició la construcción de una sociedad diferente, justa. La naciente revolución se gestaba en un marco de esperanzas y de alegría popular. Parida desde el seno del pueblo, fue forjada con los sueños que, durante siglos, le fueron postergados por la fuerza al propio pueblo.
En los mismos inicios de la Revolución lograron, gracias a una imponente y juvenil Cruzada de Alfabetización, reducir el analfabetismo desde un 87% hasta apenas un 12.5%. Decenas de miles de manos juveniles empuñaron el libro y el lápiz e invadieron cada rincón del país, con una mochila al hombro llena de letras y de esperanzas.
Se garantizaron, desde el Gobierno Revolucionario, la gratuidad y el pleno acceso de la población a servicios de educación y de salud.
El desempleo se cortó al 4% de la población en edad laboral.
Se combatió la desnutrición por la vía de asegurar, para cada familia, fuera rural o urbana, el acceso a la canasta básica alimentaria, de manera que nadie padeciera hambre.
En fin, el rumbo emprendido daba ya hermosos frutos. El pueblo se sentía satisfecho de la cosecha que ya levantaban como producto de sus luchas y sus esfuerzos.
Pero, al igual que ocurrió en el 54 en Guatemala, el triunfo revolucionario de 1979 en Nicaragua motivó la intervención del Gobierno de los Estados Unidos. A través de la CIA, financió y dirigió, política y militarmente, una brutal guerra de agresión no declarada para derrocar a la naciente revolución y decretó un feroz bloqueo contra Nicaragua con miras a asfixiar económicamente al país. Se le impuso al pueblo de Nicaragua el enfrentar una guerra contrarevolucionaria por la cual el Gobierno de Estados Unidos fue condenado por el Tribunal Internacional de La Haya como país agresor, y sentenciado al pago de una indemnización valorada en 15 mil millones de dólares, los cuales, por supuesto, nunca pagó. Este juicio puso en claro ante el mundo que el derecho internacional estaba absolutamente de lado del Gobierno Revolucionario, mientras que, por su parte, Reagan y su pandilla actuaban como una banda de viles criminales.
Los yankees contaron, claro, con el apoyo decidido de viejas oligarquías locales vinculadas a la derrocada dictadura somocista y sedientas por retomar el poder del que habían disfrutado para sí de manera exclusiva y excluyente. Al igual que en Guatemala, los vendepatrias, bien pagados, se colocaron al servicio del Imperio.
No lograron su propósito por la vía militar. La resistencia popular los derrotó en el campo de las armas, a pesar de la bestialidad que desplegaron con lujo las fuerzas contrarrevolucionarias. Tampoco les sirvió el bloqueo, puesto que la población supo asumir el costo que esa ilegal política internacional les significaba, y apostó a la consolidación de las conquistas que venían alcanzando.
La derrota de la estrategia militar y de la económica llevó a los Estados Unidos a plantearse otra vía para lograr sus propósitos. Invirtieron, entonces, cientos de millones de dólares en varias campañas electorales y propagandísticas, hasta que, en 1990, logran recuperar buena parte del poder. Pero lo pierden recientemente en las urnas, porque una de las principales herencias de la revolución del 79 en Nicaragua, es la vocación de poder por parte del pueblo.
Vocación de poder por parte del pueblo implica, en primer lugar, el dejar de creer que son los ricos y los gringos quienes deben conducir los destinos de la mayoría, y asumir, entonces, que es al propio pueblo a quien le compete la responsabilidad de construir un mundo mejor para sí mismos y para las generaciones futuras. Significa, pues, verse a sí mismo, como pueblo, en calidad de actor de poder, y ya nunca más como simple objeto receptor pasivo de cuanto atropello se les ocurra a los que detentan ese poder que le han usurpado precisamente al pueblo.
Conquistar los espacios para construir el poder popular es una noble y necesaria tarea que sólo puede ser cumplida a cabalidad por un único actor: el propio pueblo y sus organizaciones, como lo hizo el pueblo nicaragüense en 1979. Para lograrlo, el único instrumento es la lucha, en sus diversas expresiones y acorde a las exigencias particulares propias de los diferentes contextos. La forja de ese poder popular tiene, en sí misma, una naturaleza que sólo puede ser calificada como revolucionaria.
Hoy, el pensamiento de Sandino mantiene plena vigencia para todos aquellos pueblos que, como en el caso de Guatemala, son gobernados por minorías codiciosas, que controlan para su exclusivo beneficio a élites políticas que les obedecen mansamente y que, además, doblan siempre sus rodillas ante los mandatos del Imperio.
Hoy, el pensamiento revolucionario sigue vivo, vigoroso, y se convierte, de manera acelerada, en la legítima esperanza de los pueblos para romper con décadas de opresión y de miseria.
El espíritu del 19 de Julio se mantiene vigente y activo, demostrando, de manera irrefutable, que aquellas derechas que, años atrás, pregonaban a una sola voz la muerte de las ideologías, simplemente mentían. Frente al poder y al egoísmo sin límite de las derechas se levanta, altivo, el pensamiento libertario que brota desde el seno de los pueblos y desde sus auténticas organizaciones.
Que tiemblen las oligarquías tiránicas, porque la voz de Sandino resuena en el corazón de todos y todas quienes comprometen sus vidas en la lucha por construir una sociedad justa, digna y humana.
Que se alarmen los grandes empresarios, déspotas y explotadores, porque el sueño libertario no sólo no ha fenecido, sino que cada día cobra nuevos bríos y lo abrazan nuevas manos nervudas, curtidas de sol y de penurias. Manos morenas de mayas, de mapuches, de sioux, de inuits, empuñadas con la firmeza que otorga el reencuentro con su propia identidad. Manos pequeñas pero combativas, de jóvenes y mujeres que marchan hacia la reconstrucción de su propia dignidad. Manos de pueblo, toscas pero hermosas, dispuestas a adueñarse de su propio futuro y a forjarlo igualmente hermoso.
Que teman todos los políticos corruptos de las derechas, porque el pensamiento vivo de Sandino los señala y los pone en evidencia.
Que sufran el Imperio y sus cipayos locales, porque hoy, en la conciencia de los pueblos, resuena la palabra firme y clara de Sandino, quien nos enseñó el camino que conduce a la victoria.
¡Por toda América Latina, hoy campea el pensamiento revolucionario y se impone la hora de los pueblos!
¡LA LUCHA SIGUE!
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