Guatemala, 20 de Octubre de 2011
Un año teñido de sabor a tierra seca
El año que acontece se vio teñido por el sabor amargo de un período añejo, en el que las cosas simplemente se repitieron. Se repitieron una y otra vez, hasta el aburrimiento (si eso fuera posible), escuchándose las mismas consignas, los mismos discursos, las mismas patrañas con que los políticos plantean la “solución” para todas las cosas.
Fue un año, claro está, en el que la campaña electoral cobró vida. Pero fue sólo la campaña electoral la que cobró esos bríos. Todos los otros temas cedieron su espacio al devenir de las consignas. ¡Si ya hasta ganadores de un bono 15 nos sentíamos! Así, la vida de la campaña electoral terminamos pagándola con nuestra propia muerte.
Fue un año en el que nuestro gran compañero, Alfonso Bauer Páiz, probablemente harto ya de esperar, optó por írsenos. Adiós, Don Ponchito. Tu ejemplo sigue vivo. No estás, de ninguna manera, sólo. Tu memoria crece, incontenible, como crece la hierba entre las piedras. Y allá, entre las sombras, te acompaña otra con un brillo especial. ¡Es la de Leo Luna, que sigue, tercamente por allá, construyendo el socialismo!
Fue un año de clima áspero, entrando ya en lo triste. La humedad llegó a todas partes. En estos días recientes, hasta la ropa que nos ponemos hay que buscara en el baúl de lo mojado. Así, como vestidos de lluvia, llegamos a este aniversario más de la Revolución de Octubre. Y descubrimos que, aunque mojados unos y empapados otros, la Revolución de Octubre nos convoca, con una fuerza nueva e incontenible.
Es que debemos recogerla desde donde la han tirado, y debemos dejarla brillar, para los ojos jóvenes del mundo.
Es que debemos levantarla y hacerla campear, como si fuera un paladín y estuviera en plena faena.
Es que es tanto lo que debemos extraer de la misma, que una cuadrilla de mineros, por hábil que fuera, tardaría la vida entera dedicada a la tarea de explotarla.
Es que, si no la viéramos, seríamos un pueblo ciego, muy capaz de mirarse en un espejo y no descubrirse en calidad de garante de la Revolución. Allí es donde residimos, todos y todas quienes somos del pueblo.
Ha pasado un año más. Somos un año más viejos, y ello nos obliga a corear las mismas consignas. Son iguales que las que corearon nuestros abuelos, pero en aquellos tiempos estaban frescas, eran cosas recién vividas. Hoy, son cosas que suenan casi como a viejas, ¡pero que suenan, suenan! No ha pasado un día sin que esas consignas las canten, con fe y a grito tendido.
Decimos:
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