¿Qué habrá que hacer?
Ante los resultados electorales, habría que ser magos
Decíamos ayer, en el último comunicado, que es preciso hacer un llamado al pueblo para consolidar su unidad, para solidificar sus organizaciones, para perfeccionar sus vínculos articuladores y, así, que se prepare para actuar, y para actuar en términos de lo inmediato.
Es preciso, pues, consolidar la unidad porque, sin ella, no se llega a ninguna parte. Aquí sí que no son pajas lo que corea la vieja consigna que dice “el pueblo, unido, jamás será vencido”. Y es precisamente esa unidad lo que ha hecho falta al momento de enfrentar las luchas que van surgiendo al paso de la historia. Al parecer, no somos capaces de unirnos con la confianza necesaria. Como pueblo, no nos vemos vencedores en los casos de lucha, incluso en los casos de lucha civil. La desunión ha sido una lacra que los sectores de derecha han sabido sembrar en el seno del pueblo, y aprovecharla a manos llenas.
También hace falta que fortalezcamos nuestras organizaciones para que así, con organizaciones fuertes y consolidadas, hagamos frente a los desafíos que el mundo nos coloca a la vuelta de cada esquina. Organizaciones cuya fortaleza sea tal que no se desbaraten ante los embates del enemigo. Organizaciones cuya fortaleza sea tal que no tiemblen ni se tambaleen ante aquellas que las adversan. Que sepan consolidarse como un sólo cuerpo, para así, unidas, vencer en sus batallas. Debemos aprender a consolidarnos. Tenemos gran habilidad para dispersarnos; habrá que aprender de lo contrario.
Y debemos tener la voluntad de perfeccionar nuestros vínculos articuladores, para poder ir cubriendo, con articulación, las luchas que se nos vayan presentando, las cuales tienen, sin duda, aspectos diferentes. Tan diferentes que llegan, incluso, a confundirnos. O, peor aún, que llegan, incluso, a emplearse como instrumentos para confundirnos. No hay que permitir que nos dividan la lucha. Es una, y, aunque efectivamente se le puede dividir, ello sólo conviene a los intereses de las derechas. Si queremos ser de verdad útiles a las derechas, dividámonos, partámonos, peliémonos, que así jamás estaremos poniendo en riesgo a esas derechas.
Esto queda claro luego de la reciente campaña electoral. Allí, al final, lo que predominó fue el arte de hacer dividirse al propio pueblo. El arte de sembrar una mentira y darle largas; de repetirla hasta el aburrimiento y hacerla una aparente verdad, para que así, con ese falso valor, la asumamos. El arte de hacer verdad la mentira para que, rodeados de mentiras, marchemos hacia un futuro incierto para nosotros, pero claro, muy claro, a favor de quienes nos dominan.
A lo largo de toda la campaña, predominó el llamado de las derechas. Incluso había una fuerza de “izquierda”, muy bien apañada con su ropaje como izquierda, pero jugando un papel claramente ubicable como de derecha. Lo decimos así sin duda alguna. No se trata de que haya una izquierda que pasó de moda y piense ahora como derecha. O de que haya una izquierda chiquita, como lo señala la prensa. De lo que se trata es, en realidad, de que esa izquierda partidaria, que tiene ya 20 años como partido político, ha terminado por aprender qué son los partidos políticos. Juegan, como partido, con las mismas reglas del juego que los de derecha. En ello, no hay falta alguna en contra de la ética partidaria. Hay falta, y flagrante, en contra de los acuerdos con los movimientos sociales, pero eso ¿qué importa? Es algo por lo cual nadie cobra.
Está demostrado, que en algunos casos, no basta llamarse de izquierda para serlo. Hubo en este proceso, un leve intento de unidad que se vio truncado precisamente por esas prácticas que debemos desterrar con un arduo trabajo de formación y organización. Tocará a esos partidos revisarse y asumir. Quedó evidenciado también en ese marco, cuáles son los oportunismos y quiénes, con el pretexto de acercar los procesos, son en realidad oportunistas. Cada cual sabrá el guante que le quepa.
Esto no implica, tampoco, que los movimientos sociales y populares no tengamos errores que corregir, procesos que revisar y consecuencias que asumir. Estamos también marcados por la dispersión y el sectarismo en las luchas sociales.
Ahora bien, los resultados electorales dejaron en claro un asunto: aquí, en Guatemala, ganan las derechas. Pasó una jornada más y, como de costumbre, salió ganando una derecha. En este caso, se trata de una derecha militar, que no es lo mismo que una derecha populista o que la otra, la derecha empresarial. Para verlo más claro, no son lo mismo Pérez Molina que Colom o que Berger. Eso si, los tres son derechas, es decir, ninguno de los tres va a generar los cambios que el país requiere. Los tres gobernaron o gobernarán codo a codo con la oligarquía, que es, al final, la gran ganadora.
Si queremos derrotar a la derecha, debemos dejar de votar por esa derecha. Nada ganamos contándonos, luego, cuántos costos que nos dejó ese voto. Porque, a golpe dado, no hay quite. Si votamos a la derecha, pues nada ganamos con quejarnos por haber votado a la derecha. De poco nos sirve quejarnos de Berger, después de Colom, y antes, de Portillo, si nosotros mismos los pusimos ahí. Poco se gana.
Las hojas de un árbol estarán secas, si cada vez que podemos, le damos una paliza a ese árbol. Dejémonos ya de cosas.
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