Guatemala, 30 de Enero del 2009
Guatemala va mal
Al pueblo le corresponde darle un nuevo rumbo
1.- El Estado como instrumento a favor de unos pocos:
En nuestro país, los sectores populares vivimos hoy sometidos a una desgarradora situación, impuesta por un modelo social que, como lo afirmaba el Papa Juan Pablo II, sólo puede calificarse como “capitalismo salvaje”, el cual adopta hoy la figura del crudo e inhumano neoliberalismo.
La injusta distribución de la riqueza; la exclusión de las mayorías al disfrute de los bienes y servicios sociales; la deshumanización de las relaciones entre las personas; el racismo y la discriminación; el férreo control ideológico; la depredación indiscriminada de la madre naturaleza; la violación permanente de la libertad sindical, de la negociación colectiva, de los derechos humanos y laborales, son sólo algunos de los efectos negativos más visibles derivados de un Estado que, cuando menos desde 1954 y hasta la fecha, se ha venido construyendo a sangre y fuego, y que favorece sólo a unos pocos a costa de la pauperización de millones que formamos parte de los sectores populares.
El actual “Estado de Derecho”, pues, no es otra cosa más que el marco legal que conviene a los intereses de una minoría poderosa y egoísta y que, además, se concibe y emplea como instrumento de desmovilización del pueblo, llegándose a legalizar, incluso, el terrorismo desde el Estado. A pesar de la firma de los Acuerdos de Paz hace ya más de una década, la represión, entendida como instrumento brutal para el ejercicio del control social, ha sido y sigue siendo empleada cada vez que los poderosos lo estiman necesario. Para hacerle honor a la verdad, más que un “Estado de Derecho”, debería denominarse “Estado de Derecha”.
Ese modelo de Estado que se impone sobre nuestro pueblo, en tanto exista, sólo generará, siempre, unos cuantos ricos cada vez más ricos, a costa de millones de pobres cada vez más pobres. Está diseñado para perpetuar la exclusión y para perpetrar la injusticia. Está concebido no sólo para que la situación actual no mejore a favor de los pueblos, sino que, peor aún, para que se deteriore.
Esta realidad, aunque evidente, suele escapar del dominio del pueblo trabajador y del de algunas de sus organizaciones y sus líderes. Las derechas dominantes, con gran habilidad, han sabido emplear todos los recursos que poseen para evitar que la población tome conciencia respecto a esa realidad imperante.
Como resultado de ello, a lo largo y ancho del país las derechas ejercen una amplia hegemonía ideológica. Miles y miles de ciudadanos y ciudadanas, aunque por su situación de clase son parte integral de los sectores populares, por su posición se encuentran encadenados por un cordón umbilical que los liga a pertenecer a un rebaño manso, obediente, no beligerante, incapaz de movilizarse incluso cuando desde el poder se les ataca de manera directa. Existen millares de compatriotas que son capaces de convertirse en aliados de aquellos quienes precisamente los agreden, a ellos y a sus hijos. Son, sin saberlo, aliados de la clase que los oprime.
Las leyes invisibles del capitalismo van generando ceguera entre el común de la gente, actúan sobre el individuo sin que éste se percate y, por esa vía, lo van neutralizando y tornándolo individualista, aislado de quienes le rodean y carente de voluntad de lucha, sobre todo en el ámbito de lo colectivo.
En nuestro país, los sectores poderosos, aunque sean una pequeña minoría, no sólo han secuestrado la democracia, sino que, incluso, pretenden secuestrar el pensamiento. Así, son numerosos los dirigentes de organizaciones populares quienes, asediados por las ideas que difunden los medios de comunicación al servicio del sistema, o doblegados quizás por sus propias debilidades, van perdiendo su conciencia de clase, van asumiendo como propios los valores de las derechas capitalistas y terminan, al final, domados o coptados por el sistema. Con ello, se traicionan a sí mismos y, peor aún, traicionan a sus bases y a su pueblo.
Sin embargo, a pesar de todas las formas de opresión existentes, incluida la opresión ideológica, lo cierto es que tantas y tan constantes injusticias no han podido matar las ilusiones y esperanzas que son patrimonio del pueblo.
2.- Las legítimas aspiraciones del pueblo:
Desde el FNL asumimos el compromiso de empeñar nuestros mejores esfuerzos por la construcción de esos sueños y legítimas aspiraciones de nuestro pueblo, largamente postergadas por la voracidad sin límites de las derechas que han detentado el poder desde 1954:
Queremos una nueva sociedad basada en la equidad, la justicia, la igualdad y la interdependencia.
Que asegure una mejor calidad de vida para todos y todas, sin discriminaciones de ningún tipo.
Que reconozca y acepte la diversidad como fundamento para la convivencia social.
Una sociedad donde lo primero sea la condición de persona de todos sus integrantes.
Que garantice su dignidad, sus derechos, su autodeterminación, su contribución a la vida comunitaria y su pleno acceso al disfrute de los bienes y servicios sociales.
Una nueva sociedad en la que nos entendamos como hermanos y parte integral de nuestro entorno, lo respetemos y protejamos.
Estas son, pues, nuestras metas superiores. En las mismas se refleja un modelo de sociedad distinta, justa, digna y humana.
Sabemos que no será fácil alcanzarlas, pero tenemos la certeza de que vamos a lograrlo. Con el esfuerzo y la participación activa de los mejores hombres y mujeres de nuestro país, vamos a lograrlo. En unidad como pueblo, hombro con hombro, mano con mano, en nuestra marcha hacia ese futuro mejor para todos no conoceremos más que victorias.
3.- La acción de lucha es generadora de conciencia:
Esa nueva sociedad no surgirá, jamás, por generación espontánea. Para que la misma sea posible, se requiere, como condición indispensable, que el pueblo luche por ella. Se necesita que las legítimas organizaciones del pueblo formen una corriente poderosa y transformadora, cuya fuerza sea capaz de parir, desde las entrañas mismas del pueblo, ese proceso transformador, justo e impostergable.
Se requiere con urgencia, por ende, que existan dirigentes populares capaces de sembrar conciencia y compromiso en las bases de sus organizaciones y, partiendo de ello, de generar movilización desde el seno del pueblo.
Cualquier organización que no promueva la movilización consciente y comprometida con esos cambios necesarios, aún sin proponérselo o sin percatarse de ello, estará sirviendo a los intereses de las derechas dominantes y se convierte en su aliado.
En estos tiempos de paz, la lucha a favor de la construcción de una Guatemala mejor, justa, digna y humana, tiene múltiples y diversas trincheras. Desde el diálogo fraterno en el seno de la familia, para aunar criterios respecto al presente y al futuro de la misma, hasta la marcha combativa en defensa de cualquiera de los derechos superiores del pueblo. Son tantas y tan variadas esas trincheras de lucha, que en ellas hay cabida para todos y todas quienes, por mandato que nazca desde sus conciencias, quieran sumar sus esfuerzos en esta hermosa y limpia cruzada por generar un mundo mejor para todos y todas.
Con las armas de los tiempos de paz, como pueblo habremos de librar, con éxito, todas las batallas que permitan la forja de ese modelo de sociedad con el que se ha venido soñando durante décadas, si no siglos.
La formación en el seno de las bases de las organizaciones sindicales y populares es una de esas trincheras que debemos ocupar con hidalguía. Nos referimos a una formación que permita a cada ciudadano y ciudadana entender el mundo en el que vive e identificarse a sí mismo como parte integral de una clase social que, para constituirse en arquitecta de su propio futuro, debe romper con poderosas y en ocasiones invisibles cadenas que la atan a la opresión y a la miseria. Una clase social que tiene la obligación ética de dar la lucha por la transformación de un modelo social generador de toda forma de injusticia y, así, abrir las puertas a un nuevo amanecer, en el que la justicia sea parte integral de la vida cotidiana, la dignidad esté siempre presente y los seres humanos podamos, de manera real y sin temores, sabernos y sentirnos hermanos los unos de los otros.
Los procesos de formación que se emprendan, independientemente de los contenidos técnicos que aborden, deben tener una característica común e indispensable: deben promover una formación liberadora. Deben de contribuir, sin excepción, a quitarle al pueblo la venda que, sobre sus ojos, día con día le han colocado las derechas.
Deben provocar una explosión hacia dentro del pensamiento de cada persona, que libre de ataduras su conciencia individual y abra espacios de tránsito hacia una creciente conciencia colectiva, hacia una cada vez mayor conciencia de clase.
Procesos que formen a cada persona de manera tal que abramos los ojos, que sea posible ir desgajando, ir podando del árbol de nuestras conciencias las ramas del egoísmo, de la envidia, de la competencia, del individualismo, de la arrogancia, de la prepotencia, y que abonen, por el contrario, los brotes de la solidaridad, de la fraternidad, de la unidad y del espíritu de lucha contra toda forma de opresión.
Debemos tener claro, además, que esos procesos formativos a los que hacemos referencia no se dan solamente en el aula, durante el Taller o en el curso académico. El ser humano, desde sus orígenes como especie dominante en el planeta, aprende sobre todo desde lo que le enseña su propia práctica. Es su propia acción, principalmente, la que le genera nuevos conocimientos. En consecuencia, la acción forma, construye teoría que, a su vez, enriquece la nueva práctica, en un ciclo constante que debemos promover desde cada una de nuestras organizaciones.
Por ende, toda acción de lucha debemos concebirla como profundamente formativa. Así, desde la lucha constante y consciente, contribuiremos entonces al nacimiento de ese hombre nuevo, de ese ser humano nuevo, distinto, dueño de esos valores, actitudes y prácticas que resultan indispensables para forjar un mundo mejor para todos y todas, incluidas las generaciones futuras.
Así, con nuestro esfuerzo consciente y comprometido, contribuiremos a la gestación y al parto de una urgente sociedad nueva, justa, digna y humana.
En esa trinchera de lucha, venceremos. No les quepa la menor duda. Más temprano que tarde, venceremos.
4.- El Frente Nacional de Lucha como movimiento social de liberación:
Hoy, dada la coyuntura propia de inicios de este nuevo milenio, las organizaciones que formamos parte del FNL estamos llamadas, en primera instancia, a contribuir al derrocamiento del régimen neoliberal, del que se sirven a manos llenas las derechas y que deja al pueblo solamente el derecho a recoger del suelo las migajas que caen desde la mesa de los poderosos.
Somos, como lo hemos reiterado desde nuestros orígenes mismos hace apenas poco más de tres años, un proyecto de naturaleza revolucionaria, que da la lucha desde los movimientos sociales. Somos revolucionarios porque aspiramos a edificar, con nuestro sudor y esfuerzo, esa nueva sociedad cuyas características definimos líneas atrás.
En esa construcción, además de nuestro sudor y nuestro esfuerzo, ya hemos aportado carne y sangre de hermanos y hermanas, a quienes las mismas fuerzas oscuras y tenebrosas de siempre arrebataron sus vidas, porque cometieron el delito de luchar al lado de su pueblo.
A cada uno de ellos le debemos nuestro respeto y admiración, porque no existe mayor acto de amor que el que se expresa en la entrega de la propia vida por la forja de un futuro mejor para su pueblo. Son nuestros Héroes y Mártires. Su sangre nos señala el camino. Tenemos el deber de levantar sus banderas y ondearlas en cada acción, en cada momento de lucha, de llevarlas con orgullo al frente de cada una de las batallas que libraremos en estos tiempos de paz.
El Frente Nacional de Lucha, en homenaje a nuestros Héroes y Mártires, ratifica su compromiso como instrumento de lucha revolucionaria desde los movimientos sociales. Somos una fuerza de izquierda. Tenemos la firme convicción de que sólo cuando nuestro pueblo se convierta en actor del poder real, será posible iniciar, con paso firme, la marcha hacia esa nueva Guatemala, justa, digna y humana.
Por ello, el FNL debe constituirse, sin excusas ni demoras, en una gigantesca escuela de vida. En una escuela de vida digna, dueña de valores auténticos, a partir de los cuales el ser humano pueda realmente ser hermano y no lobo de quienes lo rodean. En una escuela sin paredes, en la cual se aprende y se enseña desde la práctica cotidiana. En una escuela que tiene como principal libro de texto aquel que recoge las luchas del pueblo y extrae de las mismas las lecciones que permiten enriquecer todas las luchas futuras.
No somos, ni aspiramos a ser, un partido político. Eso no significa que nos aislaremos de esa otra trinchera de lucha, porque equivaldría a dejarle el terreno libre al enemigo de siempre, al enemigo de clase. Equivaldría, de cara a los derechos e intereses del pueblo, a perder por no presentación. En ese terreno, respaldaremos siempre las fuerzas partidarias que luchen por metas convergentes con nuestros propios principios e ideales. Por eso, de conformidad con nuestra posición ideológica, somos parte del Movimiento Amplio de Izquierda, MAIZ.
Somos una instancia de convergencia de aquellas fuerzas sociales que, desde el seno del pueblo, expresan con su práctica una vocación revolucionaria. Es decir, una vocación de cambio orientada claramente hacia la ruptura con todas las múltiples formas de injusticia que hoy persisten, dirigida hacia el encuentro con esa nueva Guatemala, justa, digna y humana, a la cual nuestro pueblo tiene pleno derecho y en cuyo parto estamos hondamente comprometidos.
Para gestar ese parto, el FNL debe desarrollarse como un movimiento estructurado, cada vez más amplio y más unido, promotor, además, de todos los esfuerzos que conduzcan hacia la unidad de la clase trabajadora. Un movimiento beligerante, propositivo, capaz de enriquecer, con sus aportes, al proceso de cambio de la realidad nacional en todos sus aspectos. Capaz, por ende, de contribuir al proceso de construcción del poder popular.
Somos una unidad de pensamiento y de acción. Por lo tanto, nuestra fuerza guarda estrecha relación con la fuerza y la claridad propias de cada una de las organizaciones que nos forman. Los sindicatos, las organizaciones campesinas e indígenas, las juveniles, las comunitarias, en fin, cada una de las auténticas fuerzas sociales del pueblo, debe saberse y sentirse parte de un alud de voluntades que, a partir de su creciente unidad, de su cada vez más clara conciencia y de su cada vez más firme compromiso, se torna incontenible. Nadie podrá detenernos, porque marchamos acompañados por la razón, por la verdad y por la fuerza de un pueblo que está dispuesto a romper con siglos de explotación y de miseria y a construir, a partir de ello, su propio amanecer.
Cada organización debe descubrir que no está sola, que no actúa sola. Que a lo largo y ancho del país hay decenas, centenas de millares de ciudadanas y ciudadanos que transitan hoy por los mismos senderos. Que nuestra fuerza, como pueblo, es aceleradamente creciente y hoy se moviliza en estrecha comunión con su lucha, es decir, en búsqueda de sus propios sueños y de sus legítimas aspiraciones.
Los y las dirigentes de las organizaciones populares debemos todos, sin excepción, tener la vista puesta en ese futuro cercano. Nuestro objetivo debe ser la consolidación de este movimiento estructurado y unido, beligerante y propositivo, capaz de transformar la realidad nacional en todos sus aspectos. Debemos hacer del FNL un instrumento bien aceitado y eficiente, con mecanismos de funcionamiento ágiles, que faciliten esa marcha hacia el futuro y permitan irlo construyendo paso a paso, en una marcha que no se detiene.
Tengamos claro, además, que en esta etapa actual, de acumulación de fuerzas, enfrentar al neoliberalismo implica transitar al lado de las luchas legítimas de los sectores populares. Debemos saber negociar colectivamente por conquistar condiciones de trabajo dignas. Tenemos que enfrentar cualquier política pública que atente contra los derechos del pueblo. Tenemos que proponer alternativas en las que se expresen los intereses superiores del pueblo. Debemos, a coro, elevar la voz del pueblo y convertirla en factor determinante en la definición del rumbo por el cual transite el país y del norte hacia el cual se dirija.
Hace apenas tres años y unos meses cuando, como organización, surgimos a la vida pública, lo hicimos con una clara definición: por la defensa de los servicios públicos y los recursos naturales. Esos son nuestros apellidos naturales, y el llamarnos así no fue una determinación casual ni adoptada a la ligera. Precisamente porque son dos de las características visibles que definen la diferencia entre los dos modelos sociales antagónicos que hoy, como ayer, se disputan la hegemonía. El modelo de Estado se puede definir por la forma e intencionalidad con que se aborde la función pública y en que se haga uso de los recursos naturales.
El proyecto neoliberal avanza en la reducción de la función social del Estado y en la depredación insensata del medio ambiente. Desde la concepción capitalista, todo lo relativo a la vida humana debe estar regido simplemente por las leyes del mercado las cuales, en muchos casos, deben entenderse como las viles leyes de la especulación o como la ley brutal de la selva, que establece el predominio del más fuerte. En este modelo inhumano todo se compra y se vende.
Si prevalecen sus concepciones y las prácticas excluyentes que hoy aquí se nos imponen, esto conducirá, inexorablemente, al dominio total de la corporación y del mercado sobre cada uno de los aspectos sustantivos de la vida humana. Caerán en una cada vez mayor obsolencia instituciones como las Naciones Unidas, paradigmas como los Derechos Humanos y plataformas conceptuales como el mismo Estado de Derecho, que terminará por convertirse en un conjunto de leyes y reglamentos al servicio de la maquinaria del mercado.
En consecuencia, la defensa de los servicios públicos y de los recursos naturales son dos bastiones en los que se expresan los derechos e intereses superiores del pueblo y, a la vez, símbolos de la lucha contra el neoliberalismo y uno de los inicios para las transformaciones necesarias.
En función de estas metas, nuestra lucha tiene, como uno de sus objetivos centrales, el fortalecimiento del Estado y de sus instituciones de servicio. Uno de los principales efectos del neoliberalismo ha sido el desmantelamiento del Estado y el traslado a manos del sector privado de muchas de sus principales áreas de intervención. El patrimonio nacional, entendido como área de propiedad del pueblo, ha sido progresivamente entregado a la codicia de poderosos empresarios nacionales dueños de una voracidad sin límites, así como de corporaciones extranjeras que no vienen a contribuir al desarrollo sino, por el contrario, a despojarnos impunemente de nuestras riquezas. Por ello, desde el FNL hacemos nuestro el clamor popular que demanda:
¡Fuera Unión FENOSA!
¡Fuera la Montana!
Para cumplir con ello, debemos concebir y consolidar nuestro FNL como una instancia capaz de integrar las fuerzas y aspiraciones de nuestro pueblo en una lucha sistémica, programática, que rompa con las barreras que imponen las derechas a partir del miedo, que rompa con el silencio que nos ha sido impuesto por la fuerza de la represión, y que se enrumbe, con paso firme, hacia la generación de conciencia de clase y de lucha por la construcción del poder popular.
Por todas estas razones, hemos declarado el año 2009 “Año de la Resistencia Popular”. Será, pues, un año de lucha continua y diversa para enfrentar la ofensiva del modelo neoliberal, que busca descargar el peso de la crisis en medio de la cual se encuentra sobre los hombros de los sectores populares. Eso no lo permitiremos. La crisis no la creamos nosotros y no vamos a aceptar, entonces, que se pretenda que nosotros la paguemos.
A tono con esas metas, de acuerdo con esos retos y desafíos que hoy enfrentamos, en esta nuestra Asamblea anual debemos definir dos cuestiones relevantes para el futuro de nuestro pueblo:
Nuestra Plataforma de Lucha, en la que se expresen las principales banderas que enarbolaremos a lo largo del 2009, construidas desde el sentir y el pensar de las organizaciones que damos vida al FNL, y;
Nuestra estrategia organizativa, para que adoptemos los mecanismos de funcionamiento que nos faculten para consolidar nuestras fuerzas y hacer de ellas una marea incontenible de voluntad popular.
Queremos un mundo mejor. Tenemos la firme convicción de que construir una nueva Guatemala, justa, digna y humana, no sólo es necesario sino que, además, es posible. Estas son, pues, nuestras metas y tareas.
En ellas, venceremos.
Por nuestros Héroes y Mártires, juramos vencer.
Por este pueblo, nuestro pueblo,
¡LA LUCHA SIGUE!
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