lunes, 4 de junio de 2007

Sobre Unidad y Género

¡Hay que enfrentar la ética neoliberal!

Cuando se habla de globalización y de su hijo dilecto, el neoliberalismo, se suele pensar, de maneras equivocada, que se trata de una corriente de pensamiento y de práctica básicamente económica. Esto ocurre porque la reducción del gasto público, la privatización de servicios esenciales, el adelgazamiento del Estado, la sumisión de la soberanía ante la voluntad de agencias extranjeras y empresas transnacionales, entre otros afines, son los efectos más visibles.

Sin embargo, desde la perspectiva del Frente Nacional de Lucha, la globalización neoliberal es mucho más que sólo las desastrosas políticas económicas y los nefastos efectos que, en el mismo terreno económico, se derivan de las mismas.

El neoliberalismo es una forma de ver y comprender el mundo y, por ende, de relacionarse los seres humanos entre sí y con el entorno que nos rodea. Implica la promoción de valores propios, de una ética particular y perversa, que resulta tanto o más nociva que las políticas económicas que la acompañan.

Entre otras concepciones perversas, el neoliberalismo lanza al mundo, como un valor de nuevo cuño, el grito de “sálvese quien pueda”. Invita a los seres humanos a que cada uno y cada una resuelva sus propios problemas, sin preocuparse en absoluto por los que aquejen a su vecino. A que cada persona vea en las demás a su competidor, a su rival, a su enemigo y no a su hermano o hermana. Y promociona este y otros valores similares haciendo uso de todos los múltiples medios que tiene a su alcance: Enciendan si no un televisor y vean cualquier programa, incluida la programación infantil y hasta los anuncios, y díganme si no es esa la concepción del mundo que se promueve. Miren los medios de prensa escrita, analicen las vallas publicitarias, vayan al cine, en fin, en todas partes y sin tregua, se promueve esta visión individualizante del mundo.

Por esa vía, la globalización neoliberal apunta hacia la ruptura del tejido social, busca que cada hombre y mujer vea en todos los demás no a su amigo o amiga, compañero o compañera, sino a un rival, a un competidor a quien debe derrotar.

Ante esa furiosa campaña, hay palabras que terminan por perder sentido y que corren el riesgo incluso de olvidársenos. Así ocurre con, por ejemplo, con el término “solidaridad”, con el “apoyo mutuo”.

En estas épocas, a inicios de un nuevo milenio, la sociedad occidental y capitalista, sometida ante los dictados del neoliberalismo, casi los ha borrado de su diccionario y de su práctica cotidiana.

Igual ocurre con el concepto de la unidad. Hoy por hoy, hablar de unidad es nadar contracorriente. Promover la unidad en cualquier ámbito implica, de manera inmediata, colocarse en contra de los conceptos de la libre competencia y de la competitividad que promueven los ideólogos neoliberales.

Por ello, quizás, en estos últimos años alrededor de las prácticas unitarias es más lo que se ha dicho que lo que se ha hecho. Son incontables los discursos y las proclamas que llaman a la unidad, pero que van acompañados de actitudes y prácticas que poco o nada contribuyen a construirla en la realidad. No hay foro, taller, seminario o evento en el falten los fervientes llamados a la unidad por parte de uno o todos los panelistas. Pero eso, a todas luces, es insuficiente. En ese campo, urge pasar de las palabras a los hechos. Esta misma ponencia podría convertirse simplemente en una más de las miles que se han dictado en función de hablar y hablar de la unidad. Hay que dejar sólo de hablar y hablar, y asumir una nueva actitud, caracterizada más bien por el actuar y actuar.

Hacer saltar la unidad desde los discursos hasta la práctica implica emprender acciones concretas que la construyan. Acciones conjuntas, porque nada resulta tan unitario como el emprender, de manera común, una misma tarea y alcanzar, en colectivo, una misma meta.

Está más que dicho que la unidad es necesaria. No reiteraré esos criterios, a los cuales nos sumamos. Desde la posición del FNL, lograr la unidad equivale, entonces, a satisfacer una urgente necesidad del pueblo y de sus legítimas organizaciones.

Forjar la unidad en el terreno de las luchas populares supone, sin la menor duda, enfrentar la ética neoliberal en todas y cada una de sus expresiones y combatir los anti-valores que le dan sustento.

Construir la unidad en nuestro ámbito significa dotar a los sectores populares de un arma poderosa, ante la cual tiemblan los opresores de siempre.

La unidad, como ya se ha dicho en incontables oportunidades anteriores, puede tener múltiples expresiones y materializarse de muchas formas. Unidad conceptual, unidad de acción, unidad orgánica, unidad táctica, en fin, podrían decirse infinidad de criterios diversos al respecto.

Pero lo verdaderamente importante, llámesele como se le llame, es que se construya. La práctica misma va a ir definiendo los niveles o modalidades de unidad que será posible alcanzar en cada momento.

Esto incluye, obviamente, la lucha por los derechos de la mujer, la lucha por la equidad de género.

La realidad del país ha sido terca en demostrar que en la Guatemala de hoy, quien lucha sola, pierde. Por ello, ningún gremio, ningún sector social, actúa con inteligencia si se aísla, si se separa de sus aliados naturales.

La lucha por los derechos de la mujer obliga, entonces, a definir con quiénes se debe de luchar en unidad. Tenemos la certeza de que se trata de una lucha que hay que dar, pero que no podemos ni debemos dar las mujeres solas, aisladas del resto de la sociedad, ni, mucho menos, convirtiéndonos en fuente de división o de antagonismo artificial que, al final, sirva de aliado a nuestros enemigos y enemigas.

Porque las mujeres de los sectores populares tenemos enemigos y también enemigas. Esto implica que no todas las mujeres estamos en el mismo bote. No todas tenemos problemas similares ni enfrentamos barreras comunes que debemos vencer. Desde nuestra óptica, tiene más en común la mujer obrera con el hombre obrero, que la mujer obrera con la mujer burguesa. La alianza principal no está determinada por el género, sino por la clase social a la que pertenecemos. Tenemos la seguridad de que tiene más en común Juana Tuyuc, mujer campesina, indígena y pobre de cualquier aldea del país, con Juan Puac, también campesino, indígena y pobre, que con Wendy de Berger, con María del Carmen Aceña o con Adela de Torrebiarte, aunque estas también sean mujeres.

Es probable que al compañero Juan Puac que he puesto de ejemplo se le salga el machismo por todos sus poros, y eso, sin la menor duda, hay que luchar para cambiarlo. Pero no se logrará poniéndonos en contra de él, ni separándonos de luchas que son comunes a ambos.

La privatización de la educación y de la salud, por ejemplo, los afecta a los dos por cuanto atenta contra los derechos de la familia. La desaparición de derechos laborales los afecta a los dos, sobre todo en épocas en donde la incorporación de la mujer al trabajo es una realidad insoslayable. La penalización del comercio informal los afecta a los dos, sobre todo en un país que obliga al acelerado crecimiento de este sector laboral.

La propuesta para una nueva Ley del Servicio Civil, así como las Leyes Marco derivadas del programa “Visión de País”, por mencionar ejemplos que están a la orden del día, atentan de manera flagrante contra los derechos de todos los hombres y mujeres que formamos parte de los sectores populares. La pérdida de derechos que promueve el neoliberalismo no tiene género. Los ideólogos neoliberales, al pretender cerrar las escuelas públicas, no toman en cuenta si con ello afectan a niños o a niñas. Eso no les interesa. Los promotores de la globalización neoliberal, al buscar la privatización de la salud, no toman en consideración si, con ello, condenan a muerte a más hombres o a más mujeres. Juan y Juana se ven ambos afectados. Sus vidas se ven colocadas aún más al borde del abismo. Los dos son excluidos, marginados, segregados, lesionados, no a partir de su género, sino a partir de su situación de clase.

En síntesis, la globalización y las medidas neoliberales, con toda su carga de efectos lesivos para los sectores populares, los afectan a los dos, porque los dos son parte integral de los sectores populares.

Claro que, no sólo como mujeres, sino, sobre todo, como personas de pensamiento revolucionario, tenemos que cuestionar y combatir al machismo en todas sus expresiones. Es una obligación ética irrenunciable. Contra eso hay que luchar, pero es una lucha en la que sólo podemos salir avante si la emprendemos, en conjunto, hombres y mujeres, dándonos la mano fraterna y solidaria en cada expresión de lucha concreta que haya que dar en defensa de derechos comunes. No se trata de contraponer al hombre contra la mujer ni viceversa. Verlo así sería caer en un error del cual el gran ganador es el propio neoliberalismo y los poderosos que se sirven a manos llenas del mismo. No se trata de escindir, sino de sumar, de crear una nueva conciencia entre hombres y mujeres, o, más bien, de rescatar y darle nueva vida a una vieja conciencia unitaria en el seno de los sectores populares.

En síntesis, nos corresponde a los hombres y a las mujeres del pueblo el dar la lucha por la equidad y la justicia en todas sus expresiones, incluida la lucha por la equidad y el respeto entre los géneros. Eso implica concebir y construir una unidad urgente en el seno de quienes somos parte de una misma clase social.

No es bajo el esquema de mujer contra hombre ni de hombre contra mujer que lograremos alcanzar esa equidad necesaria. Es enfrentando, de manera conjunta, al enemigo principal, y derrotándolo.

Precisamente para ello es que, hace apenas dos años, nació el Frente Nacional de Lucha. Se gestó como una instancia de articulación para la lucha, puesto que la realidad misma insistía en demostrar que, sin esa unidad, nos colocábamos en riesgo de fallarle a la clase social con la cual estamos comprometidos y de la que somos parte.

La vida misma se ha encargado de enseñarnos que, por ejemplo, toda persona afiliada a un sindicato, cualquiera que sea, es también parte de una comunidad, vive los problemas de su comunidad. En consecuencia, la alianza entre movimiento sindical y organizaciones comunitarias debe entenderse como algo natural, que debe desarrollarse.

Igual ocurre, por ejemplo, con las luchas de las organizaciones campesinas, de las estudiantiles, de las de trabajadoras y trabajadores por cuenta propia, de los pobladores, de las redes multisectoriales, de las organizaciones pastorales, en fin, de las diversas formas organizativas que representan a los sectores populares, que representan, en síntesis, a la clase social que nos identifica.

Esa unidad de la clase es, sin duda, una tarea pendiente y, por ello, en Guatemala, para hombres y mujeres de los sectores populares, en alianza,

¡La lucha sigue!


Ponencia presentada por la Compañera Dora Regina Ruano, miembro de la Comisión Política del FNL, en el Foro “La problemática de las mujeres trabajadoras en Guatemala y los retos de las mujeres sindicalistas en el Siglo XXI”, convocado por la Fundación Friederich Ebert Stiftung

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